Que noooo que no me voy a ningun lado!!!!
Esta ilustración es para un proyecto en conjunto con Jorge Gonzalvo, el pone sus preciosos relatos y yo se los garabeto :P
Despedida
Hay un rostro en el espejo que no es el mío. El rostro de un hombre que no soy yo. Las manos sí que son mías, lo sé porque apenas soy capaz de soportar el calor del agua que las lastima y las purifica a un tiempo. El rostro reflejado en el espejo es ahora una máscara de espuma blanca y cremosa. Me hace pensar en escenas de comedia fácil en las que a alguien le estampan una tarta de merengue y todo el mundo, menos el pobre tipo, sabe que eso, exactamente, es lo que va a suceder. Reviso el afeitado del desconocido, inspecciono minuciosamente los pliegues que tiene bajo la barbilla, los que se forman en la parte inferior del cuello y alrededor de los pómulos. El tipo no es muy cuidadoso consigo mismo, se afeita como si tuviera algo en contra de su propia cara. Las cuchillas laceran su piel, que sangra tímidamente. Seco sus manos e introduzco en el bolsillo delantero de la camisa, que cuelga de la puerta, algunos documentos que permitan una pronta identificación. Pido que le traigan café, zumo de naranja, tostadas y algo de fruta a la habitación. No tengo hambre, oigo que dice, pero le recuerdo que el desayuno venía incluido en el precio. Al final mordisquea la esquina de una manzana y un pan de leche. Decido recostarme en la cama y observo cómo el tipo se masturba, pensando en su mujer hasta que eyacula sobre mi ombligo. En apenas unos minutos, el semen ha formado una costra seca y molesta.
A continuación se descerraja la cabeza de un tiro.
Es cierto lo que dicen de los muertos, ahora lo sé, mi cuerpo descansa frente a mí y puedo verlo. Soy un hombre muerto en una habitación de hotel, alguien que una vez tuvo cara y no este amasijo de carne, huesos y trocitos de papel pegados sobre las heridas de un afeitado express. Alguien que parece haberse quedado completamente solo, de repente. No tengo miedo. La muerte no es para los pusilánimes. Abandono la habitación sin apenas esfuerzo, mientras comienza a llegar gente, alarmada por el disparo. Una de las chicas de la limpieza grita y se abraza al hombre de negocios que se hospeda en la habitación contigua. La ciudad bosteza los primeros trabajadores con rumbo a las factorías y el tráfico comienza a desperezarse. Es extraño, pero las primeras luces del día me lastiman allí donde una vez estuvieron mis ojos. Las cosas suceden a otro ritmo, con otra cadencia, ahora me muevo sin pies. Puedo alcanzar sin dificultad la avenida que conduce a mi calle, ganar la esquina y divisar el bloque de apartamentos, acceder al portal, sin llave, qué curioso, sortear el rellano de mi edificio y visitar a mi mujer que todavía duerme en nuestro dormitorio ajena a todo. Adoro a mi mujer, y además me gusta mucho, más que ninguna otra mujer que haya conocido. Nunca tuvimos hijos, aunque quizás sería más apropiado decir que casi los tuvimos. Perdimos el primero cuando apenas era un cigoto y luego se nos fueron quitando las ganas.
Estoy sentando en el borde de la cama, observo la respiración pausada de mi esposa, que parece que medio sonríe en sueños. La escena es una postal, una fotografía con esa luz que lo baña todo y que atraviesa la estancia tímidamente. Una luz que hace todavía más hermosa a mi mujer. Me tumbo a su espalda, pero no me atrevo a tocarla, no tienes dedos, idiota, me digo, pero aunque no sé siquiera si tengo voz, le hablo al oído, le susurro cosas que solía contarle antes de que apareciera la enfermedad y todo se volviera contra nosotros. Antes de que fuera necesario callar y tomar algunas decisiones. La cruel realidad de lo irreversible. Se percibe una claridad gris sobre la mesita de noche, cayendo mansamente sobre los orfidales, devolviendo amplificada la imagen siniestra de un vaso de agua medio vacío. Mi mujer se revuelve en medio del sueño, gimotea algún sonido conocido y familiar, tan de ella, tan de nuestros días perdidos. No acierto a encontrar las palabras adecuadas en la despedida. Será esto la muerte, quedarse sin palabras cuando más necesarias son. Le diría tantas cosas. Que no se enfade, por ejemplo, que no me lo tenga en cuenta, que no piense de más. La quietud de una escena, en la que un pobre muerto no sabe cómo despedirse de su mujer, y que queda rota por el timbre de un teléfono terco, obstinado, que al igual que los espejos, nos devuelve súbitamente a la realidad de las cosas, sonando inoportuno en el comienzo del día para arrebatarnos del sueño, ardiendo irremediablemente desde un recodo de la habitación, queriendo avisarnos de lo que nosotros no acertamos a decir, de todo aquello que no deseamos escuchar.
Texto: © Jorge Gonzalvo
Esta ilustración es para un proyecto en conjunto con Jorge Gonzalvo, el pone sus preciosos relatos y yo se los garabeto :P
Despedida
Hay un rostro en el espejo que no es el mío. El rostro de un hombre que no soy yo. Las manos sí que son mías, lo sé porque apenas soy capaz de soportar el calor del agua que las lastima y las purifica a un tiempo. El rostro reflejado en el espejo es ahora una máscara de espuma blanca y cremosa. Me hace pensar en escenas de comedia fácil en las que a alguien le estampan una tarta de merengue y todo el mundo, menos el pobre tipo, sabe que eso, exactamente, es lo que va a suceder. Reviso el afeitado del desconocido, inspecciono minuciosamente los pliegues que tiene bajo la barbilla, los que se forman en la parte inferior del cuello y alrededor de los pómulos. El tipo no es muy cuidadoso consigo mismo, se afeita como si tuviera algo en contra de su propia cara. Las cuchillas laceran su piel, que sangra tímidamente. Seco sus manos e introduzco en el bolsillo delantero de la camisa, que cuelga de la puerta, algunos documentos que permitan una pronta identificación. Pido que le traigan café, zumo de naranja, tostadas y algo de fruta a la habitación. No tengo hambre, oigo que dice, pero le recuerdo que el desayuno venía incluido en el precio. Al final mordisquea la esquina de una manzana y un pan de leche. Decido recostarme en la cama y observo cómo el tipo se masturba, pensando en su mujer hasta que eyacula sobre mi ombligo. En apenas unos minutos, el semen ha formado una costra seca y molesta.
A continuación se descerraja la cabeza de un tiro.
Es cierto lo que dicen de los muertos, ahora lo sé, mi cuerpo descansa frente a mí y puedo verlo. Soy un hombre muerto en una habitación de hotel, alguien que una vez tuvo cara y no este amasijo de carne, huesos y trocitos de papel pegados sobre las heridas de un afeitado express. Alguien que parece haberse quedado completamente solo, de repente. No tengo miedo. La muerte no es para los pusilánimes. Abandono la habitación sin apenas esfuerzo, mientras comienza a llegar gente, alarmada por el disparo. Una de las chicas de la limpieza grita y se abraza al hombre de negocios que se hospeda en la habitación contigua. La ciudad bosteza los primeros trabajadores con rumbo a las factorías y el tráfico comienza a desperezarse. Es extraño, pero las primeras luces del día me lastiman allí donde una vez estuvieron mis ojos. Las cosas suceden a otro ritmo, con otra cadencia, ahora me muevo sin pies. Puedo alcanzar sin dificultad la avenida que conduce a mi calle, ganar la esquina y divisar el bloque de apartamentos, acceder al portal, sin llave, qué curioso, sortear el rellano de mi edificio y visitar a mi mujer que todavía duerme en nuestro dormitorio ajena a todo. Adoro a mi mujer, y además me gusta mucho, más que ninguna otra mujer que haya conocido. Nunca tuvimos hijos, aunque quizás sería más apropiado decir que casi los tuvimos. Perdimos el primero cuando apenas era un cigoto y luego se nos fueron quitando las ganas.
Estoy sentando en el borde de la cama, observo la respiración pausada de mi esposa, que parece que medio sonríe en sueños. La escena es una postal, una fotografía con esa luz que lo baña todo y que atraviesa la estancia tímidamente. Una luz que hace todavía más hermosa a mi mujer. Me tumbo a su espalda, pero no me atrevo a tocarla, no tienes dedos, idiota, me digo, pero aunque no sé siquiera si tengo voz, le hablo al oído, le susurro cosas que solía contarle antes de que apareciera la enfermedad y todo se volviera contra nosotros. Antes de que fuera necesario callar y tomar algunas decisiones. La cruel realidad de lo irreversible. Se percibe una claridad gris sobre la mesita de noche, cayendo mansamente sobre los orfidales, devolviendo amplificada la imagen siniestra de un vaso de agua medio vacío. Mi mujer se revuelve en medio del sueño, gimotea algún sonido conocido y familiar, tan de ella, tan de nuestros días perdidos. No acierto a encontrar las palabras adecuadas en la despedida. Será esto la muerte, quedarse sin palabras cuando más necesarias son. Le diría tantas cosas. Que no se enfade, por ejemplo, que no me lo tenga en cuenta, que no piense de más. La quietud de una escena, en la que un pobre muerto no sabe cómo despedirse de su mujer, y que queda rota por el timbre de un teléfono terco, obstinado, que al igual que los espejos, nos devuelve súbitamente a la realidad de las cosas, sonando inoportuno en el comienzo del día para arrebatarnos del sueño, ardiendo irremediablemente desde un recodo de la habitación, queriendo avisarnos de lo que nosotros no acertamos a decir, de todo aquello que no deseamos escuchar.
Texto: © Jorge Gonzalvo
9 comentarios:
hermoso!!
Maravilloso... bellas palabras y bellos trazos no se puede pedir mas.
Besitos
Vaya cambio, algo diferente a lo que nos tienes acostumbrado, pero esta genial, me gusta como has resuelto el texto ¿lo publicaran?
no lo se, espero que algun dia si :)
Es precioso, seguro que ilustras esactamente el relato...
no nos dejas de sorprender monica...
Un proyecto de lo más interesante, y con un resultado perfecto. Es un relato de lo más pasional y la ilustración tiene ese encanto grisáceo de la escena. Verdaderamente bueno!
qué guapo esto! gris y lluvioso pero me gusta.
gracias por pasarte!
Really you have done great job,There are may person searching about that now they will find enough resources by your post.I like this blog..
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